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LEER PARA SALVARSE

Alessandro Baricco, con su exagerada sutilidad, relata en su premiada novela Tierras de cristal cómo los pasajeros de los primeros ferrocarriles de la Europa decimonónica se dedicaban a la lectura con el único propósito de esquivar el miedo y no dejarse tragar por el vértigo que les producía el trayecto en este nuevo medio de transporte:

En los trenes, para salvarse, cogieron la costumbre de entregarse a un gesto meticuloso, una práctica aconsejada incluso por los propios médicos y por insignes estudiosos, una minúscula estrategia de defensa, obvia pero genial, un pequeño gesto exacto, y espléndido. En los trenes, para salvarse, se leía.

Alessandro Baricco, Tierras de cristal (1991)

No deja de resultar curioso que, en pleno siglo XXI, muchos de nosotros sigamos hallando en la cultura el único refugio que logra protegernos del temor y la incertidumbre que nos provoca un presente empeñado en convertirse en una locomotora sin control.

Quien juzgue este acto como una señal de cobardía debe tener en cuenta que el arte, ese animal mitológico imposible de domesticar, exige al que desee apreciarlo la resolución de un sinfín de paradojas y enigmas que ahondan en los más profundo de nuestra propia psique.

Nos hayamos ante un caso de sincera interdependencia, ya que la cultura, esa infinita matrioska madre de todas las civilizaciones que somos, hemos sido y seremos, requiere de la veneración del uso para seguir floreciendo.

Pero este sagrado templo que logra mantener a nuestros fantasmas a distancia, tal vez mal conservado y desatendido en los últimos tiempos, guarda en su interior un secreto, quizás un misterio que a la vez es la fuente de su perpetua inmortalidad: lo que hoy llamamos entretenimiento mañana podría ser considerado como arte y lo que en la actualidad denominamos ocio en el futuro posiblemente sea designado como cultura.

Por este motivo nunca debemos estar de acuerdo con excluyentes sentencias que solo buscan imponer fronteras para establecer la diferencia entre la ilustre cultura y el mero entretenimiento. Tantos son los afluentes del arte, tantas las piezas que forman su puzzle y tan incontables sus tentáculos, que cualquier disciplina, actividad, movimiento e incluso formato serán bienvenidos en las infinitas estanterías que le dan forma a su templo.

Dejemos el elitismo a los que se vanaglorian de excluir y disfrutemos de los múltiples beneficios y satisfacciones que nos aporta la cultura, bien sea a través de un libro, un cuadro, un cómic, un graffiti; bien visitando un museo o desde nuestro propio sillón echando una partida a un videojuego o viendo una película o serie. Eso sí, cada vez que encuentres algo que te haya gustado, cautivado, apasionado o incluso inquietado no te olvides de recomendarlo.

Nosotros prometemos hacerlo.

Texto: David Alva, redactor de contenidos.

Imágenes: Compartment C, Car 293 de Edward Hopper (1938).
Chair car, de Edward Hopper (1965).

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